Las ciudades de maíz, según Pollan, (2006) es todo el engranaje productivo que se construye con base en el maíz. Su producción industrial en masa, sostenida en subsidios estatales, mantienen un flujo constante de este producto hacia otros sectores más allá del mismo maíz: los alimentos procesados, ganado, combustibles, productos industriales y de belleza, el sector del transporte y de distribución. La ciudad de maíz se pone en marcha cuando, a parte de ocupar la mayoría de los campos con este cultivo, las toneladas y toneladas de maíz llegan a las plantas de procesamiento y se reparte para todos los sectores en los cuales funciona como base. El solo cultivo de maíz dinamiza y pone en marcha todo un sistema de relacionamiento y productividad, como si de una ciudad se tratara.
 

El monocultivo de maíz se traduce en la simplificación de su proceso de producción: se hace lo mismo muchísimas veces y en grandes cantidades para buscar la eficiencia. A diferencia de un cultivo diversificado, en un monocultivo de maíz un solo hombre puede manejar por sí solo una mayor cantidad de hectáreas de cultivo gracias a los herbicidas y fertilizantes químicos que agotan la tierra pero que atienden a la diversificada demanda de maíz.  

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Un ganado de maíz: el maíz, bajo la lógica de la eficiencia y la productividad, se ha convertido en la fuente propicia de calorías baratas para el alimento del ganado. El maíz alimenta y engorda las reses, cerdos, pollos y peces, a cambio de poner en riesgo su salud, la de los consumidores y la de la tierra misma.  

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La ciudad de maíz expulsa de sus surcos a animales, cultivos y hasta a las personas, y se sigue expandiendo por los campos, dejando a su paso áridos prados producto del uso intensivo de la tierra y la gran cantidad de agua que se utiliza en todos sus procesos de producción, poniendo en riesgo nuestra propia esencia hídrica.