Expedición Dignidad –la comida al centro del pensamiento-, hoy quiere rendir un homenaje a un sembrador, a un custodio, a un abuelo-maestro que nos topamos en el camino, Don Jorge, de la mano de su nieta Ana, junto a doña Nora su compañera de vida, y también para nosotras abuela-maestra, y a los demás miembros de la familia Buitrago, con quienes hemos sembrado y afincado una fraternidad solidaria, próxima, custodia de la vida. A su memoria presentamos respeto y resaltamos su labor y acompañamiento.
Don Jorge, nos abrió la puerta de su casa para que al interior de ella germinaran las semillas, con el trabajo colectivo preparamos un tubo que serviría de tallo donde pudieran crecer y alimentarse, lo suficientemente fuerte para sostenerlas cuando se convirtieran en plantas, y hacer un huerto vertical, una ofrenda de futuro, una pequeña fábrica alimentaria para mitigar la crisis de esta pandemia que enrostraba el hambre. Con sus manos y las nuestras sembramos, nos ocupamos de darle fuerza a la tierra. Con su saber experimentado y dialogante y a coro con don Elicio, otro sembrador y custodio, convertimos el patio de su casa en el centro sagrado de cultivo de las huertas.
Lo recuerdo mirándonos en silencio, dejando que diéramos los pasos necesarios para mantener firmes nuestra idea de sembradoras, y después de encontrar en nosotras la convicción de ello, extender su mano para hacernos saber que si estábamos listas para recibir sus enseñanzas, él también estaba listo para entregárnoslas. Entre herramientas para hacer las huertas verticales, la tierra para nutrirla y elaborar un suelo vivo que cargara con la esperanza, las semillas germinadas, y la bendición del agua, nos unimos a su vida, o debemos decir, él se unió a la nuestra. No es posible entonces decirle adiós, porque ya no hay lugar para el olvido, al sembrar sabremos que él aguarda pacientemente tras la ventana hasta que llegue el momento preciso de extendernos su mano, y será entonces el tiempo del maestro.
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A un eterno maestro, gracias.
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Clara L. Grisales M.